viernes, 28 de diciembre de 2007

LA MANO DESASIDA. CANTO A MACHU PICCHU


A
Gonzalo Ortiz de Zevallos
y Juan Mejía Baca.
El autor.

Si no eres nada sino en mí mi sima,
Si no eres nada sino mi peligro,
Si no eres nada allá sino mi paso,
Que vengan todos, con su hedor y siglo.
¡Que venga el extranjero que me extraña!
¡Que venga el mal hallado!
¡Que baje el buey subido desde arriba
El del belfo verde, desde humano vacío!
Y que ronca y remira porque nace
De vientre ajeno, que jamás es mío.
¡Aquí estoy muriéndome!
¡Así es toda mi vida!
¡De buey que rumia y que remira
Y de yo que agoniza, que agonizo!
Tú no eres bello porque no soy bello,
Yo Mismo. Eres apenas profundo estar arriba
De todo un vuelo interminable
Y que bate todavía.
Eres el ala que voló.

Cuando tú mueras, morirá el Hongo.
Y morirá el Aire. Y morirá el Día.
¡Pero será la Noche, el otro tiempo
De vivir la vida!
¿Y cuándo volveré a donde nunca estuve?
¿En transporte de orgasmo y alegría?...
¿Cuándo será mi ser? ¿Cuándo mi mano
Ha de asir su ventura fortuita?

Pero tú, Machu Picchu,
Te yergues sobre mí, porque vacilas.
Ante esta roca, que te está mirando;
Y que te ve;
Y que te ve, tremenda por un solo ojo
De mil pies;
Ante estga roca, huir es imposible
Y hay que deshacer y renacer.
Porque ser es necesario.
No hay otro modo de no ser y renacer.
¿Y si no eres, qué eres, qué serás, qué dios,
Qué intenso ser
Te arrastrará en su furia?
¿Qué es la inteligencia del no saber?
¿Qué sabes tú de lo que no sabes?

Machu Picchu sabe lo de después.
LA SORPRESA
Todo era exacto bajo el estupor,
Muerte sobre la vida,
Piedra sobre la piedra,
Pero yo estoy al otro lado,
Yo no sé nada de conciencia.
La tristeza es realidad,
Es como el perro o el mendigo en la calle
Es como tú eres una montaña
Y alguna mano de los tantos pares.

Cuando tú mueras, Machu Picchu,
Piedra desigual entre las iguales;
Cuando huya el Hombre;
Cuando huya el Angel;
Cuando todo sea como que yo pienso,
Por quien me afano entre los afanes,
Algo ha de ser entre golpe y golpe,
Algo de entre la camisa y la carne.

Cuando todo sea verdaderamente
Machu Picchu, tú ven a buscarme.
¡Ser, sólo ser, y siempre ser,
Uno solo ante el Universo!...
¡Lejos del Otro!...
¡Lejos del Tiempo!
Ser como yo nací
Ser como yo lo siento
Serme sin rosa alguna
Serme eterno...
...................................................

LA PRESENCIA

¿Qué es la presencia, Machu Picchu?
¿Eres la roca o el aluvión?
¿Eres el tejado o el gato?
¿Eres mi cuerpo o mi amor?
Cuando yo baje por tu madre sabida,
¿Quién seré yo?

Sí, todo era como entonces,
Todavía antes del principio
Eran roca y ser, de donde aún nace
Y sangra el deliberado sacrificio.

Todo eres
Como el labio del recién nacido,
Desdentado o como el del viejo
De la parábola del cigarrillo.

¿Cuándo y cómo eres humano,
Yo el solo humano, y tú humano y mío?
¿Y qué diré si la palabra
Que pesa y pasa tan poco como tu equilibrio?
¿Qué diré sobre tu edad?
¿Qué diré sobre tu río?
¿Qué diré de la indiecita adolescente
Que se baña en chorro, planta de alarde sin sentido,
Desnudez sin amor y sin odio,
Exasto y perfluo y hediondo y oscuro río?

Pero tú estás, piedra de cerco
De todo, límite inmenso y exiguo,
Palabra precisa,
La que yo rehuyo y persigo,
Celestía concreta, duro abatimiento,
Signo...
Carne fétida que dice que es la vida,
Y la vida eres tú, piedra sucia e inodora
Y en tu modo de mirarme, bruta y lírica;
Piedra humana, tremendamente humana,
Toda de terror y de delicia...
¡Tú que bajas del piso quincuagésimo,
Tú, par de ojos de estupor y malicia,
Tú que traes en el maletín,
Tu muerte y tu vida,
Y tu imagen y tu kodak,
Y tu verdad y tu mentira!...
¡Tú, manera de ser ante lo eterno,
Fotograbado y melancolía,
Y enterameante de aquello de que dudo,
Y seguir adelante con el guía!...
¿Cuándo, Machu Picchu, cuándo
Montaña, llegaré a la orilla?

Pero cuando tú mueras, Machu Picchu,
Dóinde me ir´, con qué iré, con mi sonrisa
Y con mi carne y con mi hueso y con mi casa
Y con mi herejía,
Y con mi traducir lo del latín gorrión,
Y con mi misa,
Y con no sé qué porque me llegó la tarde del ser
Al no ser la lhora
Al caerse de abajo la vida.
¡Y este no ser nada sino hablar ante el verso!...
¡Y este temblar ante Dios que es la vida!
¡Y este mirarte y muerte, Piedra
De allá arriba!...
¡Este sentirse uno Dios ante la propia conciencia
Y ante la propia herejía!...
¡Este haberte hecho un humano como yo,
Que no era el Profeta de la Biblia,
Ni el Hombre de las Nieves,
Ni el Gorila!...
¡Este tu ser a mi medida humana,
Sin suelo, sin habitantes y con sola tu agonía!
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- MARTÍN ADÁN (Perú)

MARTÍN ADÁN (Lima, 1908-1985). La poesía de este autor se caracteriza por su hermetismo. Existe un gran trabajo del mundo subjetivo y una ruptura de los moldes formales de la vida y la poesía, hasta los límites de la fantasía plena y del extravío. Su obra poética comprende: La rosa de la espinela (1939), Travesía de extramares (1950), Escrito a ciegas (1961), La mano desasida (Canto a Machu Picchu) (1964), La piedra absoluta (1976), Obra poética (1980).

MARTÍN ADÁN, EL MAYOR POETA DEL PERÚ, ALIENTA


Esta es una deuda antigua. Una vez, discutiendo con José Santos Chocano sobre valores de los nuevos de las letras peruanas, quedamos de acuerdo acerca de César Vallejo, sobre el cual escribí un juicio lapidario en carta dirigida a Pablo Abril, en 1929; también estuvimos de acuerdo sobre las potencialidades de Rafael de la Fuente Benavides, es decir, sobre Martín Adán. No exijo que se me crea. Entiendo que el dudoso llevará su castigo en la propia duda.

Martín había publicado sólo La casa de cartón, en prosa, con prólogo mío y colofón de José Carlos Mariátegui (hecho que los beatos del neoestupidismo olvidan a menudo, como respecto de Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel, porque la incidencia real hiere sus apetitos "ideales"). Además, habían aparecido algunos "antisonetos", como los denominó Mariátegui, a fuerza de dueño de Amauta, porque los de Martín eran sonetos ultraperfectos. No se insinuaba ese estupendo disparatorio lírico que se titula Travesía de extramares, ni este desconcertante La mano desasida, que acaba de editar Juan Mejía Baca. De casi todo ello me he ocupado en la segunda serie de mis Escritores representativos de América, que Gredos de Madrid publica en tres volúmenes. Me enorgullezco de no haber sido el último.

Tengo ahora a la vista La mano desasida. Mejor dicho, tengo el tomo editado, con disco y lo demás, porque el original inédito nos dio pie a los miembros del Jurado de Premios de Cultura Nacional para otorgársele el de poesía a Martín Adán. Ahora me regodeo con este poema en verdad desconcertante. Trata de Machu Picchu, y se ríe, sonríe y recontrarríe de Machu Picchu, porque las altitudes que a Martín interesan son aristas espirituales, de ninguna manera arqueológicas, y en eso reside su mayor impregnación poética.

Me da por compararlo con Neruda, y salta a la vista una distancia esencial. Neruda siempre ha sido poeta anecdótico; habla de sí y de los hechos que le acontecen y Martín Adán fue y es siempre un poeta metafísico como diría Eliot, es decir, un poeta que se ocupa de la esencia humana al través de la única versión cabal que se le alcanza, la suya propia.

La mano desasida no es un poema lógico, ni descriptivo. No es un poema revolucionario, ni indigenista; ni es un poema corto. La verdad es que corto o largo, La mano desasida es un poema desesperado. Íntimo. Martín Adán sólo habla de su esencia. Frente a Machu Picchu sería absurdo hablar de otra cosa, de otro ser. Para demostrar su total independencia principia con una cacofonía voluntaria, con un vicio deliberado: "Si no eras nada -sino en mí mi sima- si no eres nada sino mi peligro - si no eres nada allá sino mi paso, que vengan taodos con su hedor y siglo". La imprecación tiene el maldecido garbo de lo inesperado y grotesco. Menos mal que nada huele aquí a Neruda, excepto el endecasílabo de que rara vez consiguen liberarse los revolucionarios del verso. Machu Picchu es un troquel. Un molde versificante. Lo único grandioso, el único Machu Picchu es el poeta: "Tú no eres bello porque no soy bello", exclama el verso décimo quinto. Prácticamente allí debería haber concluido el poema. No concluye, empieza.

La exasperación hace presa del vate. No admira serenamente a Machu Picchu. Se admira desesperadamente de sí mismo. Las paradojas pueblan con su desconcertante ritmo este cielo amargo: "Pero tú, Machu Picchu, -te yergues sobre mí porque vacilas". Expresión audaz, pero verso que formalmente es un retorno a formas antiguas, a la mezcla de heptasílabos y endecasílabos, tan cara a Fray Luis y a Bécquer, dos arcángeles.

El poeta insulta su descomunal ídolo: "Cuando todo sea verdaderamente-Machu Picchu, tú ven a buscarme". Y agrega ya en desenfrenada carrera contra el viento y la angustia: "¡Ah, piedra podrida, -Cómo me estoy muriendo! -Machu Picchu,-Olvido y presencia, -Muerte que murió y otra vida, -y mi oración y mi piedra- Simple callar mío ante la cosa, - Y la cosa humana, sobrehumana y cierta".

No, no existe ningún canta a Machu Picchu, ni el de Neruda -ni en el de Mario Florián, que pueda rivalizar con esta viscerolatría- eso es: idolatría de las vísceras nobles, que caracteriza a La mano desasida. ¿Desasida de qué? ¡Ay!, cómo quisiéramos comprender al menos el misterio en que asienta su personalidad y su estro Martín Adán, figura señera, despedazada de nuestras letras. Pero él mismo se encara a lo insondable: "Qué eres tú, Machu Picchu, Almohada de entresueño? ¿Yo Mismo, -Si me acuerdo y no me acuerdo? -Era caudal de piedra, Detenido".

Todo el canto es un contrapunto entre el Yo y el Demás. Entre Yo y Machu Picchu. No se sabría decir dónde se diferencian las dos realidades en cotejo. Se les puede oir como guía de caminantes. Se les oye decir: "Pero cuando tú mueras, Machu Picchu, -¿Dónde me iré, con qué iré, con mi sonrisa -Y con mi carne y con mi hueso y con mi casa -Y con mi herejía, -Y con mi traducir lo del latín gorrión, -Y con mi misa, -Y con no se qué porque me llegó tarde el ser, -Al no ser la hora, -Al caerse de abajo la vida".

La última línea acusa el punto límite de una expresión que se desangra. Martín Adán continúa yendo y viniendo, subiendo y bajando, saltando y cayendo sobre las faldas ideales de su trascendental e interno Machu Picchu. Le miramos desnudarse, deshuesarse, desmembrarse. Y al fin grita y clama y se angustia y vocifera y se mueve y calla y se exulta y se exalta y es escolta de su culto a lo inesperado.

Como en El aprendiz de brujo, este poeta ha visto sílfides, ninfas, náyades, silvanos, estrellas, huesos. Sobre la cumbre, Machu Picchu. Estrella de Belén, Machu Picchu. Lo desconocido: Machu Picchu. Lo esperanzado: Machu Picchu. Ay y también Martín Adán, sitibundo, los ojazos absortos caídos de párpados y sueños, royéndose hasta el tuétano, gritando Machu Picchu, Machu Picchu, sí, Machu Picchu, la piedra, la voluta, lo esperado, lo inesperado, lo intangible, lo tangible, la luz, la sombra, el olor, el sonido, la sordera, la ceguedad de pura luz. Libro transido.

Nada dice y lo sugiere todo. Nada refiere y lo provoca todo. De canto a canto, es canto.

- LUIS ALBERTO SÁNCHEZ
"El Excélsior", 24 de abril de 1966. México.

lunes, 24 de diciembre de 2007

MARTÍN ADÁN ANTE MACHU PICCHU

Desde hace por lo menos cuatro años se sabía que Martín Adán había vuelto, como un hijo pródigo, a la poesía abandonada por más de una década y que estaba escribiendo un canto a Machu Picchu. Algunas primicias de ese poema fueron incluidas, junto con fragmentos de textos de Pablo Neruda y Alberto Hidalgo, en la ¨plaquette¨Nuevas Piedras para Machu Picchu (Lima, 1961) que Juan Mejía Baca editó como homenaje poético a nuestro mayor monumento arqueológico. Se sabía también que, presa de un incontenible desborde lírico, Martín Adán alargaba y alargaba su poema, escribiéndolo con caótica vehemencia en libretas, servilletas de papel, envolturas. Finalmente, el largo trance de inspiración se detuvo y, pacientemente, Mejía Baca (el testigo más devoto de este desmesurado esfuerzo literario y humano) comenzó la tarea de recopilación y ordenación. Creemos que alguna vez vimos unos originales del poema que sumaban ya trescientas páginas, demasiado desde todo punto de vista. Con buen criterio y consciente de las circunstancias singulares en las que el poema fue escrito, el editor decidió publicar una versión definitiva que no excediese el número normal de páginas de un libro de poesía. Esa es La mano desasida que tenemos a la vista y por la cual tenemos que juzgar el dramático retorno poético de Martín Adán, el insólito novelista de La casa de cartón (1928), el barroco orfebre de La roca de la espinela, el torturado lírico de ¨Aloysius Acker¨.

En La mano desasida el testimonio personal tiende a absorber todo el sentido de la creación poética: es sumamente difícil leer el poema sin tocar al hombre que lo escribió, sin pensar en él y su real, concreta mano desasida de toda fe y toda solución. Hay que intentarlo, sin embargo, para medir con certeza su importancia literaria. Las exigencias temáticas, que podrían hacer suponer un empaque ¨épico¨en este canto a Machu Picchu, no le han hecho cambiar sustancialmente de voz: ni siquiera hay un aparato descriptivo lujoso como en Neruda, o el ardor nacional como en Hidalgo. Machu Picchu no ha sacado al poeta de sí: el poema nos habla más de él, que de la imponente ciudadela incaica. Es solo un pretexto, un motivo de comparación y aproximación para reflejar su propia crisis, su duda y su desgarramiento. El Machu Picchu que canta es nada más que un arquetipo a la medida de sus lucubraciones metafísicas:

¡Ah, piedra podrida,
Cómo me estoy muriendo!
Machu Picchu,
Olvido y presencia,
Muerte que murió, y otra vida,
Y mi oración y mi piedra
Simple callar mío ante la cosa,
Y la cosa humana, sobrehumana y cierta.
Ante Machu Picchu el poeta filosofa sobre la humanidad, la muerte, Dios, sobre sí mismo, impulsado por la contemplación contrastada de su trágica y palpitante finitud y la yerta eternidad de la piedra.

Cuando todo sea verdaderamente
Machu Picchu, tú ven a buscarme.
¡Ser, sólo ser, y siempre ser,
Uno solo ante el Universo!...
¡Lejos del Otro!
¡Lejos del Tiempo!...
Ser como yo nací
Ser como yo lo siento
Serme sin rosa alguna
Serme eterno...

Más monólogo que diálogo entre el ser y el objeto, el poema es una espiral de interrogantes que van y vienen, percutiendo sobre una misma cuestión, sobre una sola imagen central: ¨¿Cuándo será mi ser? ¿Cuándo mi mano/ ha de asir su ventura fortuita?¨. Ese continuo divagar resiente la estructura del poema, que parece desordenada e incierta, con grandes estancamientos en los que el pensamiento lírico no progresa y se frustra. En realidad, el texto da la sensación de que podría comenzar y acabar en cualquier parte: ha sido concebido como un fragmento de una divagación interminable. La debilidad estructural resiente también la tensión poética de muchos versos que parecen repeticiones inútiles; eso se hace más notorio porque junto al verso vacío y prosaico suelen aparecer otros, rotundos y deslumbrantes: ¨¡Ay, piedra exacta y maldita, / Echa, por fin tu agua de miel!/Yo te era necesario, Dios mío,/ Por eso me creaste,/Y me creaste después de la piedra,/Y antes de las necesidades¨. En resumen, los fragmentos publicados en 1961 nos dieron una impresión de gran consistencia que la versión definitiva (en la que esos fragmentos no aparecen) no alcanza a superar.

-JOSÉ MIGUEL OVIEDO. Lima, 1964.