
Esta es una deuda antigua. Una vez, discutiendo con José Santos Chocano sobre valores de los nuevos de las letras peruanas, quedamos de acuerdo acerca de César Vallejo, sobre el cual escribí un juicio lapidario en carta dirigida a Pablo Abril, en 1929; también estuvimos de acuerdo sobre las potencialidades de Rafael de la Fuente Benavides, es decir, sobre Martín Adán. No exijo que se me crea. Entiendo que el dudoso llevará su castigo en la propia duda.
Martín había publicado sólo La casa de cartón, en prosa, con prólogo mío y colofón de José Carlos Mariátegui (hecho que los beatos del neoestupidismo olvidan a menudo, como respecto de Tempestad en los Andes de Luis E. Valcárcel, porque la incidencia real hiere sus apetitos "ideales"). Además, habían aparecido algunos "antisonetos", como los denominó Mariátegui, a fuerza de dueño de Amauta, porque los de Martín eran sonetos ultraperfectos. No se insinuaba ese estupendo disparatorio lírico que se titula Travesía de extramares, ni este desconcertante La mano desasida, que acaba de editar Juan Mejía Baca. De casi todo ello me he ocupado en la segunda serie de mis Escritores representativos de América, que Gredos de Madrid publica en tres volúmenes. Me enorgullezco de no haber sido el último.
Tengo ahora a la vista La mano desasida. Mejor dicho, tengo el tomo editado, con disco y lo demás, porque el original inédito nos dio pie a los miembros del Jurado de Premios de Cultura Nacional para otorgársele el de poesía a Martín Adán. Ahora me regodeo con este poema en verdad desconcertante. Trata de Machu Picchu, y se ríe, sonríe y recontrarríe de Machu Picchu, porque las altitudes que a Martín interesan son aristas espirituales, de ninguna manera arqueológicas, y en eso reside su mayor impregnación poética.
Me da por compararlo con Neruda, y salta a la vista una distancia esencial. Neruda siempre ha sido poeta anecdótico; habla de sí y de los hechos que le acontecen y Martín Adán fue y es siempre un poeta metafísico como diría Eliot, es decir, un poeta que se ocupa de la esencia humana al través de la única versión cabal que se le alcanza, la suya propia.
La mano desasida no es un poema lógico, ni descriptivo. No es un poema revolucionario, ni indigenista; ni es un poema corto. La verdad es que corto o largo, La mano desasida es un poema desesperado. Íntimo. Martín Adán sólo habla de su esencia. Frente a Machu Picchu sería absurdo hablar de otra cosa, de otro ser. Para demostrar su total independencia principia con una cacofonía voluntaria, con un vicio deliberado: "Si no eras nada -sino en mí mi sima- si no eres nada sino mi peligro - si no eres nada allá sino mi paso, que vengan taodos con su hedor y siglo". La imprecación tiene el maldecido garbo de lo inesperado y grotesco. Menos mal que nada huele aquí a Neruda, excepto el endecasílabo de que rara vez consiguen liberarse los revolucionarios del verso. Machu Picchu es un troquel. Un molde versificante. Lo único grandioso, el único Machu Picchu es el poeta: "Tú no eres bello porque no soy bello", exclama el verso décimo quinto. Prácticamente allí debería haber concluido el poema. No concluye, empieza.
La exasperación hace presa del vate. No admira serenamente a Machu Picchu. Se admira desesperadamente de sí mismo. Las paradojas pueblan con su desconcertante ritmo este cielo amargo: "Pero tú, Machu Picchu, -te yergues sobre mí porque vacilas". Expresión audaz, pero verso que formalmente es un retorno a formas antiguas, a la mezcla de heptasílabos y endecasílabos, tan cara a Fray Luis y a Bécquer, dos arcángeles.
El poeta insulta su descomunal ídolo: "Cuando todo sea verdaderamente-Machu Picchu, tú ven a buscarme". Y agrega ya en desenfrenada carrera contra el viento y la angustia: "¡Ah, piedra podrida, -Cómo me estoy muriendo! -Machu Picchu,-Olvido y presencia, -Muerte que murió y otra vida, -y mi oración y mi piedra- Simple callar mío ante la cosa, - Y la cosa humana, sobrehumana y cierta".
No, no existe ningún canta a Machu Picchu, ni el de Neruda -ni en el de Mario Florián, que pueda rivalizar con esta viscerolatría- eso es: idolatría de las vísceras nobles, que caracteriza a La mano desasida. ¿Desasida de qué? ¡Ay!, cómo quisiéramos comprender al menos el misterio en que asienta su personalidad y su estro Martín Adán, figura señera, despedazada de nuestras letras. Pero él mismo se encara a lo insondable: "Qué eres tú, Machu Picchu, Almohada de entresueño? ¿Yo Mismo, -Si me acuerdo y no me acuerdo? -Era caudal de piedra, Detenido".
Todo el canto es un contrapunto entre el Yo y el Demás. Entre Yo y Machu Picchu. No se sabría decir dónde se diferencian las dos realidades en cotejo. Se les puede oir como guía de caminantes. Se les oye decir: "Pero cuando tú mueras, Machu Picchu, -¿Dónde me iré, con qué iré, con mi sonrisa -Y con mi carne y con mi hueso y con mi casa -Y con mi herejía, -Y con mi traducir lo del latín gorrión, -Y con mi misa, -Y con no se qué porque me llegó tarde el ser, -Al no ser la hora, -Al caerse de abajo la vida".
La última línea acusa el punto límite de una expresión que se desangra. Martín Adán continúa yendo y viniendo, subiendo y bajando, saltando y cayendo sobre las faldas ideales de su trascendental e interno Machu Picchu. Le miramos desnudarse, deshuesarse, desmembrarse. Y al fin grita y clama y se angustia y vocifera y se mueve y calla y se exulta y se exalta y es escolta de su culto a lo inesperado.
Como en El aprendiz de brujo, este poeta ha visto sílfides, ninfas, náyades, silvanos, estrellas, huesos. Sobre la cumbre, Machu Picchu. Estrella de Belén, Machu Picchu. Lo desconocido: Machu Picchu. Lo esperanzado: Machu Picchu. Ay y también Martín Adán, sitibundo, los ojazos absortos caídos de párpados y sueños, royéndose hasta el tuétano, gritando Machu Picchu, Machu Picchu, sí, Machu Picchu, la piedra, la voluta, lo esperado, lo inesperado, lo intangible, lo tangible, la luz, la sombra, el olor, el sonido, la sordera, la ceguedad de pura luz. Libro transido.
Nada dice y lo sugiere todo. Nada refiere y lo provoca todo. De canto a canto, es canto.
- LUIS ALBERTO SÁNCHEZ
"El Excélsior", 24 de abril de 1966. México.


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